mayo 2, 2025
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RDE DIGITAL

Un viaje para explorar la pasión, muerte y resurrección de Jesús

RDÉ DIGITAL, SANTO DOMINGO. – La Semana Santa, el pilar central del calendario litúrgico cristiano, es un tiempo sagrado que nos invita a sumergirnos en la esencia misma de nuestra fe, donde la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo se convierten en el epicentro de nuestra reflexión espiritual. Más allá de las procesiones vistosas y los rituales religiosos, esta celebración nos adentra en un viaje emocional y devocional, explorando el significado más profundo del sacrificio supremo de Jesús en la cruz y su triunfo glorioso sobre la muerte.

La crucifixión de Jesús es el epicentro emocional y teológico de la Semana Santa, un acto de amor divino que trasciende cualquier sufrimiento humano. Jesús, el Hijo de Dios encarnado, se ofreció voluntariamente como sacrificio expiatorio por la humanidad, cargando sobre sí mismo el peso de nuestros pecados y reconciliando al hombre con Dios. En las palabras conmovedoras del profeta Isaías (53:5), “Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados.”

La muerte de Jesús en la cruz no fue un acontecimiento fortuito, sino el cumplimiento majestuoso de profecías antiguas y el acto supremo de amor redentor. Al igual que el cordero sacrificado que liberó al pueblo de Israel en tiempos antiguos, Jesús se convirtió en el Cordero perfecto que quita el pecado del mundo. Su sacrificio nos ofrece perdón y reconciliación con Dios, abriendo el camino hacia la vida eterna para todos aquellos que creen en él.

A lo largo de los días de la Semana Santa, cada evento significativo en la vida de Jesús es revivido con solemnidad y devoción. Desde su entrada triunfal en Jerusalén el Domingo de Ramos hasta su resurrección gloriosa el Domingo de Pascua, los cristianos de todo el mundo participan en una serie de celebraciones y ceremonias que conmemoran los momentos cruciales que condujeron a la salvación del mundo.

El Jueves Santo, nos sumergimos en la intimidad de la última cena de Jesús con sus discípulos, donde instituyó la Santa Cena como un memorial perpetuo de su sacrificio redentor. Durante este encuentro conmovedor, Jesús lavó los pies de sus seguidores como un acto de humildad y servicio, enseñándonos el valor del amor sacrificial y la comunión fraterna.

El Viernes Santo, nos sumergimos en la profundidad del sufrimiento y la agonía de Jesús en la cruz, recordando el sacrificio supremo que hizo por la humanidad. Desde el arresto en el huerto de Getsemaní hasta la crucifixión en el monte Gólgota, cada detalle de la pasión de Jesús nos recuerda su amor incondicional y su compromiso con la voluntad del Padre celestial.

El Sábado Santo, reflexionamos en el silencio y la espera ante la tumba sellada de Jesús, mientras el mundo aguarda el amanecer de la esperanza y la promesa de la resurrección. En este día de quietud y contemplación, nos unimos en oración y meditación, preparando nuestros corazones para la alegría radiante de la Pascua.

Y finalmente, el Domingo de Resurrección, celebramos con júbilo la victoria de Jesús sobre la muerte, proclamando la verdad transformadora de su resurrección. Desde el amanecer temprano hasta el ocaso, los fieles se congregan en templos y plazas, entonando himnos de alabanza y dando gracias por la vida nueva que Jesucristo nos ofrece.

En la Semana Santa, nos encontramos con el misterio insondable del amor divino encarnado en Jesucristo, quien, mediante su pasión, muerte y resurrección, nos reconcilió con Dios y nos abrió las puertas del cielo. Que cada uno de nosotros, al sumergirnos en la profundidad de esta temporada sagrada, pueda experimentar la plenitud del perdón, la redención y la esperanza que solo se encuentran en Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.

Sabías que…

¿La Isla de Pascua lleva su nombre por la Semana Santa?

Seguramente te habrás preguntado más de una vez por qué la Isla de Pascua lleva este nombre. Bueno, efectivamente, tiene que ver con la Semana Santa. La Isla de Pascua fue descubierta para Occidente por parte del neerlandés Jakob Roggeveen, que partió desde la isla de Texel (actualmente propiedad de los Países Bajos) y descubrió la Isla de Pascua el 5 de abril de 1722, coincidiendo con la Pascua de Resurrección, de ahí su nombre. Sin embargo, la Isla de Pascua en realidad llevaba habitada muchos siglos por una población de origen polinésico que la llamaba Rapa Nui, o ‘Rapa Grande’, en contraste con Rapa Iti, o ‘Rapa Pequeña’, actualmente conocida como ‘Isla de Rapa’ y perteneciente a la Polinesia Francesa.

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