RDÉ DIGITAL, SANTO DOMINGO.- El esplendor de los robles amarillos se percibe tan solo al adentrarse por las calles céntricas del Gran Santo Domingo, en la acera de algunas residencias o incluso en parqueos de algunos centros de comercios. La belleza de estas plantas llama la atención de conductores y transeúntes que día a día se desplazan por la ciudad.
Este impresionante árbol, conocido también como guayacán amarillo o araguaney, es una especie de la familia Bignoniaceae y su nombre científico es Handroanthus chrysanthus o Tabebuia chrysantha. El epíteto deriva de las palabras griegas “chryso” (dorado, amarillo) y “antho” (flor), significando literalmente “con flores amarillas o doradas”.
Originario de Brasil, se cree que el roble amarillo fue introducido a la isla La Hispaniola (hoy Haití y República Dominicana) por colonizadores europeos durante la época colonial.
Cada año, a inicios de la primavera, el guayacán amarillo florece en el país, compartiendo su esplendor con árboles como el cerezo japonés. Sus flores amarillas, en forma de trompeta, embellecen parques, jardines y áreas verdes, convirtiéndose en un atractivo para los amantes de la naturaleza.
Estos árboles pueden alcanzar alturas de 20 a 30 metros, con troncos rectos y ramas extendidas que forman una amplia copa redondeada. Sus hojas son alternas, simples y lobuladas, de color verde oscuro en el anverso y más pálido en el reverso.
Preferentes de suelos húmedos y fértiles, los robles amarillos son fundamentales para la vida silvestre, proporcionando alimento y refugio para una variedad de especies animales, incluyendo aves, mamíferos e insectos. Además de su valor estético y ecológico, son apreciados por su madera, que es dura, fuerte y duradera.
Desde hace tiempo, adornan las calles de la ciudad, especialmente en grandes áreas verdes, y se han plantado en aceras de algunas avenidas de Santo Domingo. Aunque son resistentes, suelen mostrar debilidad frente a vientos huracanados muy fuertes.
Con un florecimiento que se impone entre los meses de abril y mayo, el roble amarillo contribuye a la polinización, atrayendo a insectos como los colibrís y las abejas. Sus frutos son vainas marrones, secas y duras, que pueden reproducirse por semillas o acodos aéreos.
Francis Jiménez, subdirector del Jardín Botánico Nacional Rafael M. Moscoso, destaca que esta especie prospera en ambientes húmedos y semi húmedos, a mediana y baja elevación. Sus características físicas, desde la altura hasta la forma de sus ramas y flores, lo convierten en una presencia distintiva en el paisaje urbano y rural.
Más que un árbol ornamental, el roble amarillo es un símbolo de la naturaleza exuberante y diversa de la República Dominicana, enriqueciendo su entorno con su majestuosidad y contribuyendo a la identidad visual de la ciudad de Santo Domingo.