RDÉ DIGITAL, SANTO DOMINGO.- En pleno 2025, cuando Santo Domingo continúa atrapada en su espiral de tapones interminables, el Gobierno ha sacado un nuevo “as bajo la manga”: cambiar el horario laboral del sector público para “mitigar” el tráfico. Sí, porque según las autoridades, escalonar la entrada y salida de miles de empleados hará que, mágicamente, desaparezca el infierno diario en las avenidas. Como si el problema fuera solo una cuestión de reloj y no de un sistema colapsado desde hace décadas.
El Ministerio de Administración Pública (MAP), en colaboración con el Intrant, el Gabinete de Transporte y la Agencia Francesa de Desarrollo, implementó en junio una reestructuración de los horarios laborales: unos entran a las 7:00 a.m., otros a las 7:30 a.m., y algunos pocos a las 12:00 del mediodía. La idea es reducir el volumen de vehículos en las horas pico. Pero, como bien sabemos los que vivimos aquí, ni la más perfecta segmentación horaria evitará el caos si las condiciones estructurales siguen igual.
Un país sin transporte público eficiente, con más motores que árboles y un parque vehicular desbordado, no puede aspirar a resolver el tráfico moviendo la aguja del reloj. El verdadero problema no es solo cuántos carros hay en la calle a las 7:30, sino por qué hay tanta gente que depende del vehículo privado como única opción de movilidad.
José Miguel Fernández, experto en acceso a la información, recordó en días recientes que “el cambio de horario puede tener efectos temporales, pero si no se acompaña de medidas estructurales como un transporte público digno, campañas de educación vial, control del crecimiento urbano desorganizado y fiscalización real del tránsito, será apenas un paño con pasta”.
“Y no es que no se haya intentado antes.”
Esta no es la primera vez que se plantea el cambio de horario como solución. De hecho, en el pasado hubo iniciativas similares que quedaron archivadas entre las buenas intenciones y el olvido. Lo que sí ha persistido es el crecimiento descontrolado del parque vehicular: más de 5 millones de unidades circulan actualmente, según datos del Intrant, y la mayoría de ellas están concentradas en el Gran Santo Domingo.
¿Y qué pasa con los sectores privados? Esa es otra gran interrogante. Si las instituciones públicas cambian de horario, pero las empresas privadas siguen operando en el mismo bloque tradicional, ¿realmente veremos una disminución significativa en el volumen de tráfico? O, como ocurre a menudo, ¿solo redistribuiremos el problema en distintos horarios sin eliminarlo?
Además, no olvidemos el detalle humano:
empleados que ahora deben salir antes del amanecer, padres que no saben cómo coordinar la entrada al trabajo con la de los colegios, y ciudadanos que, sin importar la hora, seguirán atrapados entre carros, calor, bocinas y guaguas voladoras.
En resumen, el cambio de horario laboral es una medida que puede aliviar apenas un pequeño porcentaje del problema, pero no debe venderse como la gran solución estructural que el país necesita. Es como ponerle una curita a una fractura abierta: no duele intentarlo, pero tampoco cura.
Si realmente queremos salir de este ciclo infernal de tapones, hay que ir más allá del reloj. Hace falta voluntad política, inversión seria en transporte público, planificación urbana inteligente y un compromiso de todas las partes —Gobierno, empresas y ciudadanos— para transformar la movilidad en algo más que un eterno atolladero.
Mientras tanto, prepare su playlist, baje la ventana y respire hondo. Porque cambiar la hora no cambiará el tapón… al menos, no por ahora.