RDÉ DIGITAL, SANTO DOMINGO.– Desde su primera proyección en 1895 hasta la actualidad, el cine ha evolucionado constantemente, adaptándose a cambios tecnológicos y sociales que han transformado la forma en que se crean y consumen películas.
Lo que comenzó como un espectáculo de feria se convirtió en una industria multimillonaria que hoy enfrenta el auge de la inteligencia artificial y las plataformas de streaming.
El cine nació el 28 de diciembre de 1895, cuando los hermanos Lumière presentaron en París sus primeras proyecciones. En sus inicios, pocos veían en esta invención un arte comparable con la literatura o la música.
Sin embargo, pioneros como Georges Méliès descubrieron el montaje como herramienta narrativa, y figuras como Alice Guy sentaron las bases del lenguaje cinematográfico.
Más adelante, el soviético Serguéi Eisenstein revolucionó el cine con sus teorías sobre el montaje y el impacto visual en el espectador.
Durante las guerras del siglo XX, el cine también se convirtió en un instrumento de propaganda. Lenin lo consideraba “la más importante de las artes”, mientras que en la Alemania Nazi, Leni Riefenstahl desarrolló innovadoras técnicas de montaje.
En Estados Unidos, la industria migró a Hollywood, huyendo del monopolio de patentes de Thomas Edison y encontrando en la costa oeste el lugar ideal para su expansión.
El cine no solo ha evolucionado en su forma de contar historias, sino también en su tecnología. Pasó del cine mudo al sonoro, del blanco y negro al color y, más recientemente, al rejuvenecimiento de actores mediante CGI e inteligencia artificial.
A mediados del siglo XX, la aparición de la televisión cambió la forma en que las familias consumían entretenimiento. Para competir, los estudios cinematográficos introdujeron nuevas tecnologías como el Cinerama, que utilizaba tres cámaras sincronizadas para lograr una imagen panorámica, y el Cinemascope, que permitió a los cineastas trabajar con encuadres más amplios y detallados, como en El puente sobre el río Kwai (1957).
Sin embargo, no todas las innovaciones tuvieron éxito. Un ejemplo fue el Smell-O-Vision, un sistema desarrollado en los años 60 que intentaba incorporar olores a la experiencia cinematográfica mediante tubos en las butacas.
La película Scent of Mystery (1960) fue creada específicamente para este formato, pero la falta de sincronización y los mareos que generaba en los espectadores hicieron que el experimento fracasara.