RDÉ DIGITAL, SANTO DOMINGO.- Los acontecimientos ocurridos en los últimos días en la República Dominicana han despertado una profunda preocupación ciudadana por el estado real de muchas edificaciones públicas, algunas con más de medio siglo de existencia y sin intervenciones estructurales adecuadas. La tragedia reciente en un recinto cerrado, que dejó un elevado saldo de víctimas, no solo ha conmocionado al país, sino que ha abierto un debate urgente: ¿cuántas de nuestras infraestructuras están al borde del colapso sin que nadie actúe?
Esta reflexión nos obliga a mirar con nuevos ojos lugares que forman parte de la cotidianidad dominicana, entre ellos, el Estadio Quisqueya Juan Marichal, inaugurado en 1955 y símbolo indiscutible del béisbol caribeño. Más allá de su valor sentimental y deportivo, el Quisqueya representa hoy un espejo de la negligencia estructural y la postergación institucional.
Ubicado en pleno centro de Santo Domingo, el Estadio Quisqueya ha sido durante décadas la casa de los Tigres del Licey y los Leones del Escogido, albergando miles de partidos, emociones y generaciones de fanáticos. Sin embargo, detrás de esa historia de gloria deportiva se esconde una realidad preocupante: el estadio ha superado con creces su vida útil y, pese a ello, sigue siendo utilizado como si nada hubiese cambiado desde su apertura.
Aunque ha recibido algunas remodelaciones menores a lo largo de su historia, ninguna de ellas ha sido profunda o integral. Entre las intervenciones más destacadas se encuentran:
- En 1972, pequeñas mejoras en accesos y gradas.
- En 1999, ajustes eléctricos básicos y pintura.
- En 2010, cambio de butacas y actualización parcial de luces.
- En 2014, instalación de una pizarra digital.
- En 2017, un incendio devastó el área de prensa, conocida como el Séptimo Cielo. Su reconstrucción fue parcial y nunca volvió a contar con las condiciones originales.
- En 2023, trabajos menores de drenaje y refuerzo de barandas.
Estos retoques, sin una visión de largo plazo, solo han servido como paliativos en una estructura que pide a gritos una reconstrucción total. El estadio no cumple con los estándares internacionales exigidos por la MLB ni ha sido considerado para albergar juegos del Clásico Mundial de Béisbol, algo que en sí mismo debería ser un motivo de alarma.
El falso dilema: conservar o construir
Frente a esta realidad, surgen dos posiciones: quienes abogan por conservar y modernizar el Quisqueya, y quienes insisten en la necesidad de construir un nuevo estadio. Ambas opciones son válidas en términos conceptuales, pero solo una responde al imperativo técnico: la edificación de un nuevo complejo deportivo.
En marzo de 2025, el Ministerio de Deportes, junto con sectores empresariales, presentó una propuesta ambiciosa: levantar un nuevo estadio en los terrenos de la Ciudad Ganadera, con una inversión proyectada de más de RD$5,000 millones. El diseño incluiría no solo un recinto para béisbol de nivel internacional, sino también áreas comerciales, parques, estacionamientos y zonas culturales, ocupando cerca de 14 manzanas.
La idea ha despertado entusiasmo, pero también resistencias: la falta de espacio real, el alto costo del proyecto, la necesidad de expropiaciones y el apego sentimental de muchos fanáticos al viejo Quisqueya son obstáculos que podrían entorpecer su ejecución. Sin embargo, estos argumentos no deberían pesar más que el principio fundamental de la seguridad ciudadana.
La herencia de la indiferencia institucional
La situación del Estadio Quisqueya es apenas un síntoma de una enfermedad más profunda: la cultura del descuido en la infraestructura pública. Durante décadas, el país ha invertido más en campañas políticas que en inspecciones técnicas, más en propaganda que en mantenimiento preventivo. El resultado: escuelas con techos a punto de colapsar, hospitales sin salidas de emergencia adecuadas y centros deportivos convertidos en trampas masivas ante cualquier siniestro.
¿Qué hace falta para que las autoridades comprendan que la vida útil de una estructura no se mide por la nostalgia que genera, sino por su capacidad real de resistir el paso del tiempo y proteger a quienes la habitan o visitan?
Una responsabilidad que no admite más retrasos.
Revisar, intervenir y modernizar las edificaciones públicas no debe verse como un gasto, sino como una inversión en seguridad, calidad de vida y dignidad para la población. El caso del Estadio Quisqueya es urgente, pero no aislado. Necesitamos políticas claras, presupuesto asignado y, sobre todo, voluntad política para actuar antes de que otra tragedia convierta la desidia en luto.
El Estado tiene la responsabilidad de garantizar espacios seguros y funcionales. Y la sociedad, el deber de exigir con firmeza. El Quisqueya, cuna de tantas emociones deportivas, no debe convertirse en una ruina conmemorativa, sino en un punto de partida para una nueva visión de desarrollo urbano y responsabilidad institucional.