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septiembre 16, 2024
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RDE DIGITAL

Distraída, de humor singular y gran repostera: La mujer tras la poeta que sopla 100 velas

Ida Vitale, poetiza y escritora uruguaya. (FUENTE EXTERNA)

RDE DIGITAL, MONTEVIDEO (EFE). – Sobre una torta, 100 velas esperan a ser sopladas: Lo hará Ida Vitale, la singular poeta uruguaya tras la cual se descubre a una mujer tan curiosa como «terriblemente distraída», de un sentido del humor «fantástico» y «maravillosa» como repostera.

Cada año en este día coloridas ofrendas aguardan en altares la visita de las almas de difuntos en este día, el Día de los Muertos, Ida Vitale -nada ajena a la tradición celebra un año más de vida.

Este 2 de noviembre, no obstante, es distinto para la también crítica, ensayista y traductora galardonada en 2018 con el Premio Cervantes que lúcida y diligente dice presente para la centésima vuelta de la Tierra alrededor del Sol desde su nacimiento.

Reconocida autora de poemarios como «Oidor Andante» o «Palabra dada» y libros como «Léxico de afinidades» o «De plantas y animales», conocer a la mujer detrás de la escritora implica apartar por un rato los cargados anaqueles que amueblan su vida.

Del último renglón

En 1985 Susana Chaer entró como editora de cultura al semanario uruguayo Jaque, al que «pocos meses después» se sumaron Vitale y su segundo esposo, el poeta Enrique Fierro (1941-2016), lo que dio origen a una larga amistad.

Según cuenta a EFE Chaer, pronto empezaron a salir y a compartir comidas y paseos, los que, dice, se tornaron especiales con la poeta, pues «te va nombrando todas las plantas» o «te cuenta cosas de los pájaros».

«Es realmente otra mirada que nunca se te había ocurrido», acota quien señala que tiene «un modo de relacionarse con las personas desde otro lugar» que da pie a situaciones tan curiosas como la propia autora, a la que otra amiga, la ingeniera Ida Holz, recuerda en su juventud como ya «terriblemente distraída».

«Ibas a un café con ella, pedía café y al rato llamaba al mozo (camarero) y le decía ‘no quiero café, quiero té con leche’. Cambiaba como tres veces de pedido y el pobre mozo se ponía nervioso y nosotros también».

Chaer, por su parte, relata que un día de tormenta y viento de hace «dos o tres años», a Vitale «se le ocurrió ir a la panadería» y salió sin más; de camino tuvo suerte de ser rescatada por alguien que pasaba en coche y le dijo «‘¡¿señora cómo va a estar usted en la calle con esta lluvia, este viento?!'» antes de devolverla a su casa.

«Pasan esas cosas con Ida, es como magia», expresa quien recupera otra «mini anécdota» de despiste y que se dio camino al apartamento de su amiga común Nancy Bacelo.

«Cuando te bajabas del ascensor tenías que hacer unos poquitos escalones, cuatro o cinco e Ida tropezó y cuando Nancy abre la puerta le dice ‘¡ay, me caí del último renglón!’. Y eso nos quedó para siempre, que Ida no se cae de los escalones sino de los renglones», rememora entre risas.

As de las tartas, as del humor

Otra de las facetas menos conocidas de la poeta es la de su don para la cocina, pues, según Chaer, hasta hace no mucho Ida Vitale se destacaba como «una repostera maravillosa».

«Te invitaba a tomar el té y hacía unas tartas de almendras y unas cremas con semillas de amapola que eran de una exquisitez en todo», recuerda quien guarda con cariño un poema mecanografiado que le dedicó a ella y a Susana Garbino, «las dos Susanas».

Precisamente Garbino, cuya madre era prima y «muy, muy amiga» de Vitale, dice haber sido testigo de una demostración de aquellas dotes culinarias años atrás en Barcelona, donde vivía cuando la poeta llegó de visita.

La insistencia del entonces cónsul de Uruguay por conocerla, cuenta, motivó que Vitale lo invitara a una cena especial.

«Fue muy gracioso porque Ida me dice ‘mirá, vas a ver cómo se pone contentísimo, decile que yo le hice esta última comida a (Gabriel) García Márquez’ y entonces hizo ñoquis. Estuvo riquísimo y fue fantástica la cena», recuerda.

A lo que Garbino destaca como cualidad clave de su prima su «fantástico» sentido del humor que, dice, algunos creían «a veces un poco maligno», Chaer revela por un lado el hilarante episodio en que la poeta tejió un suéter mientras miraba una película en el cine y por otro la observación de que Vitale y Fierro tenían «una dinámica muy especial».

«Lo que se divertían con la realidad, con el sombrero del que iba en la vereda de enfrente o la sonrisa del que estaba en la mesa de al lado, es otra de esas cosas que no sé cómo las puedo poner en palabras, como un disfrute de la vida», afirma.

Tan letrada como humilde, quien se autodefinió en «Fortuna» como «ser humano y mujer, ni más ni menos» soplará entonces un centenar de velas para que, abriéndose paso entre anaqueles de libros, su siglo de vida se preste a escribir, verso a verso, otro fascículo.

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